De vicios y virtudes
En los tiempos que corren, cada político (o politiquero) se considera en la obligación de contar con un economista de cabecera. Cada integrante de la dupla desconoce los entretelones del oficio del otro, pero ambos tienen algo en común: se dan maña para destrozar al unísono a nuestro idioma. Cuando nos espetan sus peroratas por los medios, suelen decir que determinado problema redunda en un círculo vicioso, lo cual probablemente sea cierto. Y a renglón seguido, aseguran que la solución que proponen creará un círculo «virtuoso» (!).
La expresión «círculo vicioso» podría aplicarse a quien produce acciones sucesivas, suponiendo avanzar, cuando en realidad termina por desembocar en el punto de origen. Una cabal imagen de los círculos viciosos en los que se ve enredado nuestro país podría ser esa vieja conocida – la calesita. Todos ocupamos nuestros lugares, montando a caballo, en las carrozas, los botes o los aviones, y luego de galopar, remar o pilotear desaforadamente, descendemos en el mismo lugar en el que habíamos subido.
Si todo girar en redondo (como el perro que se muerde la cola) ya se supone vicioso, porque no se avanza hacia ningún lado, ¿no sería una contradicción agitar el susodicho «círculo virtuoso»? Entre paréntesis, ¿a cuanto está el kilo de «virtudes»?.